domingo, 27 de marzo de 2016

Felices los que creen en casualidades

Felices los que creen en casualidades

(Algunas palabras sobre la visita de Obama, los cuarenta años del golpe y los cien días ...)

Por Paula Daporta y Karina Fuentes

Partamos de la idea de que Obama no es un presidente más entre tantos. Partamos de la idea de que no vino en una fecha cualquiera del calendario. Partamos de la idea de que no somos originales, para nada. La visita de este o cualquier otro presidente de Estados Unidos despierta muchísimas resistencias en todas partes de mundo. Resistencias claras, definidas y particulares. Así como sus aplausos y reverencias. Historias, símbolos, resistencias, pactos… todo se pone sobre la mesa. No es un presidente más. No es una semana más. No es una coyuntura más. Felices aquellos que creen en las simples casualidades. Más que casualidades, algunos de nosotros venimos oliendo provocación y revanchismo. Ni bien ganadas las elecciones por el actual gobierno, tan solo al otro día, nos desayunamos con una editorial del diario La Nación. Editorial provocadora y poco inocente, despachándose con discursos caducos y revanchistas. En el medio, y con un definido hilo rojo que articula, desde Clarín se despacha con artillería de Marcelo Birmajer cuestionamientos sobre el Parque de la Memoria. Un rato antes, el presidente se negaba por cuestiones de agenda a recibir a organizaciones de Derechos Humanos, al tiempo que funcionarios de primera línea recibían a familiares de víctimas del terrorismo. Felices los que creen en casualidades. Nada es inocente, detrás (delante y por lo bajo) la necesidad de reactualizar la Teoría de los dos demonios, y de esa forma dejar fuera de análisis lo que llamamos conceptualmente genocidio argentino, la responsabilidad de los grupos económicos que son representados por el hoy presidente. ¿Y qué tiene que ver Obama con todo esto? Desde esta mirada simplista que se pregona y su consecuente lavada de cara de viejos conocidos, se diluyen responsabilidades varias, entre ellas el rol crucial y promotor que tuvo el país del norte en la última dictadura argentina. Felices los que creen en casualidades. ¿Que cada vez que viene un presidente extranjero se cuelgan banderas por doquier en un acto protocolar? Es cierto. Pero la obsecuencia y saturación de la bandera norteamericana es sublime. Aún a sabiendas de que en estos días esas calles estarían pobladas, en una ya anunciada multitudinaria marcha, personas y colectivos que entienden la influencia nefasta que tuvo esa bandera. ¿Falla de cálculo o previsión? ¿No se dieron cuenta? Felices los que creen en casualidades. Entendemos lo que acontece, como símbolos. Como parte de la provocación revanchista que viene desarrollando el macrismo. Una estrategia de globos y alegría que día a día se desenmascara dejando a la luz argumentos inválidos. Argumentos que son de clase y que no incluyen a quienes fueron su principal sostén para ganar las elecciones. Esa clase media indignada por los años kirchneristas. Argumentos de clase que cuestionan, tensionan y estigmatizan la ampliación de derechos lograda en la última década. Cuestionamientos que no son superadores. Muy por el contrario, en sus gestos y acciones se apunta a desmantelar lo logrado (mucho, poco según el lente que se mire), poniendo techo irrisorio a las paritarias, articulando un plan de despidos masivos, impuestazos y achicando capacidad de consumo. Arrancando así una rosca que sabemos, va derechito a la recesión. Felices los que creen en casualidades. Obama dijo estar impresionado por el trabajo de Macri en estos cien días. Nosotros también. El contraste de los años Nacionales, Populares y de Patria Grande (con todas las contradicciones posibles) con una plaza llena de banderas yankees es más que notorio. Contrasta el Nunca Más actuado y poco creíble de Macri en la abertura de las legistativas del Congreso, cuando a cuadras se reprimía a los trabajadores bancarios que se manifestaban. En el marco del protocolo de acción antipiquete, la detención de Milagro Sala, la baja impune y arbitraria de la ley de medios, el silenciamiento de voces disidentes en los principales medios de comunicación, se apunta a profundizar una supuesta grieta más que a emparcharla. Felices los que creen en casualidades y no ven que la grieta viene por otro lado. En algún momento nos quisieron hacer creer que la historia había llegado a su fin tras la caída del muro de Berlín. Que las insignias de clase habían terminado. No es casualidad entonces, que hoy hablemos de una grieta simbólica que tapa los abismos sociales. Pero la realidad es que de un lado estamos todos nosotros. Del otro, ELLOS. Ellos que no son más que el capital de siempre operando a través de empresas varias que son las que llevan el colonialismo de aquí para allá. Son los buitres y el capital financiero. Son Monsanto y la Barrik. El poder del capital globalizado hace confundirnos las caras con las coyunturas nacionales. Por eso en ese juego, es que cuestionamos la visita de Obama desde un sentido más profundo. Pensando en a quienes representa. Solo pensar en que Obama recorra, a 40 años del golpe militar, el Parque de la Memoria, nos llena de impotencia. Entendemos que se cruza el límite de lo simplemente provocador y revanchista, para entrar en un terreno mucho más complejo. No cuestionamos su visita, recorrido, fecha, solo por la historia que su país carga en sus espaldas. Cuestionamos por las invasiones digitadas a Irak y Afganistán por este Premio Nobel de la Paz. Por la vida de los latinos y negros allá en el primer mundo. Nos indigna porque existe Guantánamo. Felices los que creen en casualidades. La jugada está en desmantelar simbólicamente estos espacios de memoria, para revertir la sanación y consecuente politización que se conjugó en los últimos años. Volver a imponer el individualismo que acompaña todo proceso neoliberal. La sociedad tiene un trauma colectivo generado desde la dictadura, que se hizo carne con la teoría de los dos demonios. Esta explicación sobre el pasado reciente formó parte de la parálisis que generó el terror proyectado en los sobrevivientes a través del “por algo será” o el “algo habrán hecho”. En esa proyección se evitaba como sociedad preguntarse qué podría haberse hecho en términos de comunidad al término de la dictadura, por fuera de los grupos politizados que analizan la “derrota” colectiva pero también personal. En la sociedad se instala la noción de fracaso, acompañada por la derrota de Malvinas y la literatura del comienzo de la democracia. El fracaso a diferencia de la derrota, hace perder el sentido a la experiencia vivida y sentida. Nada debería haber ocurrido. Se genera el problema identitario de que nunca deberíamos haber sido quienes fuimos. En esa negación no se puede avanzar, porque impide relacionarme con el otro. Así gana el individualismo. Sino reconozco quien fui, no se quién soy. Esto pensando a nivel colectivo favorece a que se articulen relaciones desde la desconfianza e impotencia. Así vivieron las generaciones mayores a la nuestra la salida de la dictadura, de manera individualista, insegura, desconfiada e impotente. Así, mientras el modelo neoliberal nos llevaba a mirar culos en la tv y autos de carrera sin preguntarnos nada más. El kirchnerismo viene a romper con ese trauma, porque reconocen la derrota, a los compañeros caídos. Hacen bajar los cuadros, se generan centros de la memoria, se abren los juicios, se les da su lugar a madres y abuelas. La sociedad intenta sanar y politizarse nuevamente. Las críticas siguen siendo muchas aun a este proceso, sobre todo desde los compañeros de la izquierda. Pero no puede negarse un momento dialécticamente superador. Un momento de relectura y complejización en el análisis que hace la sociedad toda, no solo los claustros académicos. Con el simbolismo que tienen los números redondos, a 40 años del golpe este proceso parece truncarse al son del “se termina el curro de los Derechos Humanos”. Felices los que creen en las casualidades, pero tengamos en cuenta que no es solo una provocación Obama en el Parque de la Memoria, es un plan para volver a la lógica de la guerra, de los dos demonios. Volver al viejo discurso del fracaso, reactualizado en la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo islámico, para así enterrar nuevamente a la sociedad en el trauma de la confusión. Así, al ritmo de “Yo no soy un ñoqui” y el estigma de la “grasa militante” se da paso al individualismo del sálvese quien pueda, necesario para el neoliberalismo que se viene. Felices los que creen en las casualidades. Pero nosotros no creemos en casualidades. Habrá resistencias, las de siempre, las que nunca se fueron. Porque no los vencieron. Pero habrá más. Porque como ellos, nosotros deberemos reinventarnos. Somos casi 300.000 los que llenamos la plaza ayer. Nuestra Plaza. Somos miles, los que nos emocionamos, los que no olvidamos, no perdonamos, y no nos reconciliamos. Los que vimos durante horas entrar columnas, los que cruzamos miradas, consignas y compañerismo. Por todo esto y lejos de revanchismos, aclamamos aún siendo infelices por no creer en casualidades, lo que grita la gran Claudia Korol: “Sigamos andando, nuestra venganza es vivir y seguir soñando”.