Las tardes
¿De quién serán las tardes cuando
dormimos? La luna florece como un tímido bostezo que nos dibuja en
colores, pero colores que se apagan lentamente y nos llevan a un
mundo secreto y cálido. La atmósfera enmudece y las palabras quedan
allí, flotando en una nube incierta y perecedera. ¿Y si los planes
debieran ser secretos? ¿Y si todo fuera un pacto implícito y
taciturno? Tal vez deberíamos fluir junto a las aguas
providenciales, dormir y soñar y despertarnos y vivir. Tal vez en lo
inconexo estén las respuestas, esas que fingimos no buscar pero que
buscamos implacablemente, esas que a veces duermen la siesta como
nosotros. Y esta búsqueda es promisoria, y de a ratos se torna
inevitable. Y las preguntas surgen como surgen las palabras, y quizás
duerman en las mismas nubes. Pero nunca lo sabremos, y quizás lo cruel sea eso, saber que se agitan encima de nosotros en sincronía cómplice, viéndonos dormir y soñar y despertarnos y vivir, viéndonos buscarlas incansablemente, y divirtiéndose como si jugaran a las escondidas. Y nosotros, que somos como dos niños, contamos hasta cien y las buscamos, y a veces encontramos una escondida ingenuamente, y cuando empezamos a creer que por fin estamos por ganar, siempre aparece alguna, y piedra libre para todos mis compañeros, y a esconderse nuevamente y nosotros a contar. Y así pasan las tardes, nuestras tardes, y así es como nos empeñamos en vivir y soñar al mismo tiempo. Con las piernas entrecruzadas y los labios resecos.
Alejandro Di Donato
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