lunes, 20 de noviembre de 2023

La regla de los tres días (¡Es la Justicia Social, estúpidos!)

 

Por Facundo Di Cuollo


En la jerga del Análisis del Discurso aplicado a la comunicación existe la “regla de los tres días”, que supone que ante un evento importante –sea trágico, célebre, revelador o traumático- surgen una multiplicidad de discursos que tienen como finalidad primera “moldear” el pensamiento común, “explicar lo que pasó” o “por qué pasó tal cosa o tal otra”. En tiempos en los que el imperativo categórico es decir primero, llegar más rápido y “viralizarse”, no viene mal recordarla.

Esta regla propone, de manera contraria, que se debe primero dejar fluir los discursos espontáneos y vomitivos ligados a las emociones del momento para así poder racionalizarlos y expresarlos de la manera más adecuada y asertiva posible. En paralelo, desde el terreno de la Literatura también lo decía Borges, en relación con no escribir bajos los efectos de la emoción del momento. Entonces, si lo que uno va a escribir es lo suficientemente bueno, puede escribirlo luego de algunos días, y si el texto es eficaz, lo será también y definitivamente desde los dominios de la Razón.

El domingo 19 de noviembre de 2023, el 56% del padrón electoral argentino decidió que el candidato anarco-capitalista Javier Milei sea el presidente de todo el pueblo de esta Nación durante los próximos cuatro años. En principio, resulta cuanto menos curioso que el candidato ganador esté posicionado ideológicamente sobre la base de una estructura de pensamiento que supone la eliminación de la figura del Estado, que “coarta la libertad individual para comerciar entre personas”.

La primera de las epifanías con las cuales solemos toparnos cuando intentamos entender cómo funciona el sistema es que no puede haber capitalismo sin Estado, ya que el capitalismo con tendencia neoliberal (tal como lo conocemos y se practica hoy, al menos en una gran mayoría) supone de por sí un sistema injusto: quienes poseen la “libertad” para comerciar son unos pocos, quienes más tienen y a la vez quienes construyen las reglas. Entonces el Estado allí –ejerciendo una simplificación acorde con la extensión de este artículo- vendría a “velar” por los intereses de los desposeídos, como para que el sistema pueda sostenerse en equilibrio (injusto, sí, pero en equilibrio). El Estado teje redes, oficia de parachoques, cuida a las mayorías, y a la vez le otorga a cada Nación una relativa solvencia para comerciar y relacionarse política y económicamente con otras naciones.

(Podríamos discutir, sí, si el Estado funciona bien o mal, pero allí la discusión no debería enfocarse sobre el fondo, sino sobre la forma).

En este punto nos encontramos con un concepto que se acuña en Argentina por Juan Domingo Perón a mediados del Siglo XX en Argentina, y que en estas elecciones ha resultado ser la madre del borrego: la Justicia Social.

La Justicia Social es uno de los tres pilares de la doctrina peronista, junto con la Independencia económica y la Soberanía política.

(Dicen los que entienden el peronismo, que los que no entienden el peronismo no comprenden que –en definitiva- el Peronismo es un “capitalismo nacional”. La “tercera posición”, diferenciada del binomio dominante durante el Siglo XX Capitalismo – Comunismo).

Algunos días antes del cierre de campaña, el presidente electo Javier Milei expresó enfáticamente que "el concepto de Justicia Social es aberrante, es robarle a alguien para darle a otro".


Si terminamos de comprender que la Justicia Social “se define a través de los principios de dignidad humana, del bien común, de la solidaridad, la subsidiaridad, el destino universal de los bienes y el valor del trabajo humano”, entonces el problema no es el Estado, ni el Capitalismo, ni la “libertad para comerciar” sin intromisión de nadie: el problema es el Bien Común, el desarrollo del pueblo en equidad, la dignidad compartida.

Compartir, dignificar, sostener a un otro que necesita, proteger y dignificar a los que menos tienen dentro de un sistema que pende de un hilo y tiende al desequilibrio es –según la perspectiva del electo presidente- “robar”.

En suma: la Libertad Avanza propone una libertad deshumanizada, no registra las necesidades de un Otro más allá de su perspectiva individual. No es la Libertad con responsabilidad del Existencialismo sartreano. No hay “justicia” más allá de uno. Propone una suerte de sálvese quien pueda, los botes salvavidas del Titanic. Y el agua siempre sube desde abajo.

Sabido es, a estas alturas, que el voto no es racional, y que una gran mayoría de los “votos indecisos” fueron motivados por el odio visceral al Peronismo, o a todo lo que roce su campo semántico.

 El problema es y sigue siendo, entonces, la Justicia Social. La discusión de fondo es y sigue siendo el Peronismo, una doctrina política que se originó durante los años '40 del siglo pasado en Argentina como una reacción y posible solución a la desigualdad social originada en un país oligárquico, ganadero y clasista al que irrumpieron millones de obreros escapando de las guerras y de la miseria europea.

No deberíamos ignorar, en este momento de la Historia y de la evolución del pensamiento, que ninguna doctrina puede ser superada si no se superan primero las condiciones que le dieron origen.

Por eso es inútil intentar erradicarlo, y regresará una vez más bajo nuevas formas, con diferentes caras, celebrará una nueva dicotomía cíclica. Por eso “la Grieta” –aunque con distinto color de globos- sigue más abierta que nunca.

Con estas reflexiones que les hago llegar me encuentro al día siguiente de las elecciones presidenciales, echando por la borda la regla de los tres días, tal vez porque no soy Borges, tal vez porque no se puede ser políticamente correcto cuando se quiere decir lo que hay que decir, tal vez porque la palabra es el lazo que nos vincula con el mundo, y porque no se puede ser feliz en soledad.


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