jueves, 26 de noviembre de 2020

Algo se nos fue también un poco a todos

Por Facundo Di Cuollo

Una de las primeras imágenes que me viene al recuerdo desde mi infancia más recóndita, es la de una calcomanía de Maradona, saltando con el puño derecho apretado hacia el cielo, saltando con acrobacia y con generosidad, ante el grito exasperado de millones de gargantas, bajo un sol abrasador que caía a plomo sobre el mediodía del verano mexicano. La imagen es de una calcomanía de Coca- Cola, con la silueta de Diego saltando grabada en color celeste claro. La postal es del mundial de México ’86, del festejo posterior al primer gol a los ingleses por los cuartos de final de la Copa del Mundo.

La calcomanía la había pegado mi papá en la ventana de mi habitación, porque antes había una de King-Kong que me daba miedo. Siempre me dieron un poco de miedo, los gorilas. Así que mi papá, en un completo acto de justicia poética, arrancó casi con las uñas la imagen de King-Kong, y en su lugar pegó el calco de Coca-Cola con la imagen de Diego rindiéndose ante la inmensidad del cielo azteca. Me gustaba verlo ahí, saltando, como una protección totémica contra los males del mundo.

Del Mundial de México ’86 no tengo, prácticamente, recuerdos puntuales y específicos, a no ser ese salto en esa calcomanía. Pero sí recuerdo, casi como las voces de un sueño, la alegría, el fervor, el “Maradona” como un mantra, como ese fuego sagrado que es combustible inevitable del espíritu. En suma, esas cosas que no se entienden, se sienten. Y a las que retorno repentinamente, sin aviso –como la magdalena de Proust- cada vez que vuelvo a ver ese salto infinito hacia el cielo.


Con la desaparición física de Maradona, también se murió una época. Y algo se nos fue también un poco a todos. Porque es eso, Maradona somos todos. Maradona es de todos, inabarcable y recóndito. Maradona es nuestra patria, es nuestra familia. Y todos tenemos alguna fibra íntima tejida en nuestra historia, por la cual Maradona –directa o indirectamente- nos interpela y nos saca una sonrisa, una saudade. De arrebato, o premeditada. Eso es lo de menos. Nuestro imaginario entrelaza y se toca ahí, en “Maradona”. En los orígenes humildes, para algunos; en los recuerdos felices, para otros; en la familia unida, tal vez; o en los amigos que ya no están; o en el tiempo pasado que nunca es mejor, pero que con Maradona parecía mejor.

Con Maradona se llora a un padre. Con Maradona se recuerda la infancia en el baldío. Con Maradona, lo imposible se hace posible. Y hasta probable. Nuestras generaciones querían ser Maradona, en todo. Querían llegar a la cima indiscutida, desde el barro más espeso y profundo. No solo en el fútbol, en la vida misma. Querían llegar sorteando todas las adversidades, que cuanto más crecían, más enaltecían nuestra victoria imposible. El adjetivo “maradoniano” nos enorgullecía.

A algunos de ustedes les pesa, y lo entiendo. Pero Diego Armando Maradona fue el mejor de todos y brilló hasta el paroxismo en el césped fulgurante de un mundo de mierda. Nos mostró que se podía, y que se puede, a pesar todo. Hasta a pesar de uno mismo.

Sé que les pesa, no crean que no lo comprendo. Lo comprendo perfectamente, porque esas cosas no se entienden. Se sienten.

6 comentarios:

  1. Qué buena reflexión, no podía ser de otra manera Facundo Di Cuollo.
    Gracias por compartirla.

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  2. Hermosas palabras primo, siento lo mismo!Gracias!!

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  3. "Nos mostró que se podía, y que se puede, a pesar de todo. Hasta a pesar de uno mismo".
    Fabulosa reflexión!

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    1. Gracias por tu tiempo para leer y comentar, Cindy! Saludos para vos! :)

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