lunes, 23 de mayo de 2016

La palabra no debida (Qué se dice, cuando se dice lo que no se quiere decir)


Por Karina Fuentes y Paula Daporta*


Equivocaciones, actos fallidos, furcios, chicanas, bromas. Inconscientes traviesos. Cinismos extremos.

Ya de entrada. En los festejos por los resultados de la primera vuelta presidencial, María Eugenia Vidal primereó con una frase que quedará para la historia "Cambiamos futuro por pasado...". En el cierre de campaña en Jujuy, Mauricio Macri nos anunciaba que se venía “la Argentina de trabajo y POBREZ…progreso para todos“

Siguieron otros. Ya como presidente en ejercicio en el medio del tarifazo, mientras se inauguraban en Quilmes obras públicas (realizadas por el gobierno anterior), Macri aseguró que estaba “intentando hacer lo MINIMO posible para tratar de que acompañemos todos juntos este proceso”. Ya envuelto (y desenvuelto por los medios de comunicación hegemónicos) en los Panama Papers nos decía mirándonos a los ojos a través de la pantalla de televisión que “Mañana me voy a estar presentando en la Justicia Civil, para APARENT… pedir una declaración de certeza”

No se requiere extensos conocimientos de psicoanálisis para relacionar estas diversas, múltiples y recurrentes situaciones con aquello que Freud llamó lapsus. Sospechamos que no se trata de simples coincidencias en las que se dice lo contrario a lo que se quería decir. Nada de picos de stress, de inexperiencias o de arrebatos. Hay discursos que se vuelven insostenibles, para quienes los pronuncian. Palabras que se escapan. Convicciones inhibidas que afloran involuntariamente, haciendo que el inconsciente brote mostrando los deseos reales, ocultos o reprimidos.

Los referentes del Pro vienen cometiendo reiteradamente este tipo de actos fallidos, en medio de discursos que distorsionan, confunden y ocultan. No es casualidad decir, lo que no se quiere decir. Más aún lo que parecería que se quiere ocultar. Sostenemos que estos episodios tienen un correlato con la deconstrucción y construcción política que se pretende (des) montar.

La derecha en nuestro país nunca antes había logrado aglutinar tanto consenso dentro de las reglas de juego democrático. Sabemos que el triunfo no fue político, sino de marketing. La banalidad política, los globos, las formas, el discurso zen, la autoayuda, la felicidad nombrada y anunciada dan los tonos del ritmo del decir actual.

Si analizamos el discurso “Pro”, encontramos una intencionalidad de confundir, divertir y distorsionar. Mezclan casi de manera sistemática temas serios con chicanas. Bajo la luz artificial del dialogo vacio no se responden preguntas y se excusa. Se aturde. Se bromea. No se toma en serio. El “esa te la debo” como registro de época. Hay un decir que se repite hasta el hartazgo. Y como única voz sonante, en la que todo el tiempo excusan inocencia, una no responsabilidad, mezclada con aires de grandeza. Esto, al tiempo del alejamiento de voces disidentes en los medios masivos de comunicación, refuerza un llamado a la no reflexión y aturdimiento.

Llega un punto en donde cabe la pregunta si realmente estamos frente a inoperantes que no pueden sostener un discurso coherente o verdaderos cínicos. Fácil y rápidamente concluimos que es un poco de ambas cosas, pero parte todo de una misma cuestión. No son capaces de interiorizar un discurso que claramente no les pertenece. Los intentos de tantos asesores no terminan de dar sus frutos. Los esfuerzos se terminan diluyendo en estos segundos de rebeldía del decir. Resistencias, que por ellos mismos comienzan.

Martiniano Molina confundiendo un tema de vialidad con un espacio de Derechos Humanos nos despeja dudas. Por confusión o cinismo, intencionalmente o no, todo suma a la estrategia discursiva. Desacreditar, negar o bromear es parte de un proceso en el que se busca vaciar de contenido procesos varios de lucha, memoria y sobre todo análisis de la coyuntura actual.

En tanto, nos encontramos frente a un programa político económico de transferencia de recursos hacia los que (siempre) más tienen, con una consecuente pérdida de derechos para el resto de la sociedad. Podemos pensar en un plan sistemático de exclusión. No hay puntada sin hilo. No hay lugar a dudas. Hay rapidez. Hay eficiencia. Hay experiencia previa. Hay saberes adquiridos. Hay una intencionalidad. Pero también hay palabras no debidas que se escapan.

Al sinceramiento económico, pareciera que le sigue un sinceramiento discursivo. Viene a decir la verdad. El lapsus deviene lo intencional. En la mentira del discurso zen, la palabra no debida.

No es que haya doble discurso. Lo que se dio fue un enmascaramiento de intenciones. Fue necesario para los grupos de poder real transformar sus verdades en discursos vacios para ganar las elecciones. El hacer esta en los hechos y acallados en el decir. Pero la palabra desobedece, se escapa. Porque la mentira no se puede sostener. Porque la palabra puede más.

Cuando pensamos en la palabra desde las diferentes trayectorias de lucha en el campo popular, la encontramos siempre íntimamente relacionada con la acción. La palabra en sí, como motor del hacer. La palabra apasionada, revolucionaria… hasta políticamente incorrecta.

Para la derecha, la palabra viene a paralizar. A convocar a la no acción, a la quietud, al bienestar y a la felicidad nominada. La felicidad se anuncia, se espera, se añora, se promete. Por eso la felicidad se espera y sobre todo se contempla en otros. No importa la obscenidad de la saturación del discurso autorizado por los medios de comunicación hegemónicos, tampoco su silencio. La palabra no importa. Importa la imagen construida. La política es publicidad políticamente correcta.

Esta modalidad discursiva opera generando una sensación de negación absoluta de la realidad, aun cuando la negación del decir se rompe en el acto fallido o chiste.

Podría pensarse que el significante vacio es el que habilita la construcción de hegemonía en esta fase de “neoliberalismo careta”. El no decir es el que crea la ilusión de un discurso universal. Hegemonía vacía, de oídos que no son sordos. Sino de ojos que son ciegos. No hay oídos edulcorados. Hay ojos que prefieren no ver. No existe “ver para creer”. Solo una necesidad imperiosa de creer. Deseo de ser y pertenecer. Sea cual sea el precio. Sean cuales sean las condiciones materiales que se afectan.

Frente al blindaje mediático y el llamado acatado a la dominación del hacer- no pensar, las estrategias de intervención tendrán de valerse de nuevas herramientas que intenten romper los mecanismos de defensa de estos inconscientes colectivos que se niegan a hacerse cargo de lo que lograron con ellos hacer. Tal vez los otros inconscientes nos den una manito… tal vez solo su hacer los reafirme. Tal vez el decir de lo que no se debe decir termine por hacer ver lo que no se quiere ver. 




*Para Blog de Lo Menos Pensado - Programa Radial. Lunes de 21 a 24 hs por www.radiobarbarie.com.ar

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